En el mundo globalizado de hoy, con fácil acceso a información (y a desinformación), y donde todo el mundo encuentra cómodamente hogar editorial a su opinión a través de redes sociales, se ha enfatizado el uso del término tolerancia para etiquetar opiniones o conductas gratuitamente, difuminando así el auténtico significado de este valor al que osamos retratar a lo largo de este artículo.

Un retrato a la tolerancia

En el día a día cotidiano, es frecuente encontrar situaciones en las que discrepamos con amigos, familiares o nuestra pareja. Aunque muchas veces nos cueste creerlo, cada persona, por muy radical, engreída o incluso absurda que nos resulte, está completamente segura de que su juicio es el correcto, el justo y, en su extensión, el más tolerante. Es por ello que tachar de intolerante al prójimo a menudo automáticamente etiqueta al acusador como tal, al no ser capaz de comprender que nuestro semejante no guarda malas intenciones ni tiene por qué ser un cretino, simplemente atesora una perspectiva diferente a la nuestra. Sí, atesora, y es que es el orgullo el que debilita nuestra capacidad de conversación disminuyendo al mínimo el margen para aprovechar la ocasión de aprender. Nos afligimos ante la opinión contraria como si de un ataque personal se tratara, y es ahí cuando utilizamos el recurso de la (in)tolerancia para desacreditar a nuestro contrincante, haciendo un muy flaco favor a la reputación de este término.

 

Por otro lado está su uso político, pues es utilizada como herramienta para reprimir nuestro comportamiento e impulsos más certeros. No puedes criticar tal cosa o expresar tal otra, porque debes de ser tolerante, ¿pero hay acaso mayor intolerancia que trazar o cercar la opinión de otros, cualquiera que esa sea? El problema no es el mensaje, sino las formas; no es el contenido, sino la intención. Expresar opiniones, creencias y valores es tan necesario como instructivo, pero en la delicadeza de ser capaz de hacerlo sin herir la sensibilidad de los demás, radica la cualidad de la tolerancia y la base de una conversación constructiva.

El problema no es el mensaje, sino las formas; no es el contenido, sino la intención.

Tolerancia no es que te complazca lo diferente, sino aceptar y respetar lo que te molesta, lo que odias, lo contrario a ti. Afortunadamente, es incuestionable que en un futuro cada vez más cercano la globalización será una realidad completa y conviviremos en cualquier lugar personas de diferentes razas, culturas, religiones, inclinaciones sexuales e incluso gustos musicales. Para ese entonces, el significado de este vocablo será diferente al que es hoy, tal vez ya no será utilizado para adornar egos ni vestir orgullos, sino que el ser tolerante será tan normal y aceptado que el simple hecho de mencionarlo parecerá ridículo.

 

Es importante concienciarse de que expresar la necesidad de tener que ser tolerante hacia alguien marca en sí una diferencia, empleándose como un arma compasiva que sitúa a quien nos dirigimos en un plano inferior, diferente. En definitiva, la tolerancia no se dice, se hace. Disculpadme, me dispuse a soñar, y soñando soñé que no parecíamos todos iguales, sino que en realidad lo éramos.

La tolerancia no se dice, se hace